Aquellas vacaciones eran diferentes a las que habíamos tenido hasta entonces, nos encontrábamos en un maravilloso hotel de lujo en el Caribe.
Ya en el aeropuerto comenzaron las sorpresas.
Yo no estaba muy conforme con el viaje desde el principio, pienso que para ir a un buen hotel no hace falta viajar doce horas en avión, pero Javier insistió hasta la saciedad en que era una buena oportunidad de ver otros países y acabé accediendo sólo por no oírle, total, el sol lo tenía asegurado y era lo que más me importaba, descansar y el sol.
Llegó el día de la salida y estando en el aeropuerto Javier se encontraba nervioso, mirando a todos los lados tratando de encontrar a alguien, no quitaba la vista de la puerta de entrada.
De pronto le vi levantar la mano miré para ver a quién saludaba y la sangre se me fue toda a los pies.
Allí estaba Sofía, la explosiva secretaria de su jefe, despampanante mujer que llamaba la atención allí por donde fuese, contoneando todo su cuerpo sobre unas sandalias blancas con un tacón de vértigo, un legging negro y una blusa blanca y negra seguramente de seda, por como se movía al ritmo de sus pasos. El conjuntito no tenía desperdicio y menos con los complementos. Una Pamela blanca y un bolsito de mano que movía rítmicamente, todo se movía rítmicamente en aquella mujer.
Yo con mis vaqueros desgastados y mis Vans rosas a juego con una camiseta básica... una pena al lado de aquella diosa del glamour. Hasta las uñas las llevaba en blanco y negro.
Se acercó hasta nosotros con una amplia sonrisa, dentadura también perfecta, como no, toda ella era asquerosamente perfecta. La odié.
Javier no podía disimular su entusiasmo ni yo mi enfado, cuando me di cuenta de que ese era el motivo de tanta insistencia.
Sólo me relajé un poco cuando de detrás de ella apareció un hombrecillo, y digo hombrecillo no porque fuese bajito, sino porque estaba apagado y no se le veía detrás de la estrella.
No era un hombre feo, es màs guapo Javier pero curiosamente también dejó de brillar, deseché la idea de mi mente, no quería ver mi imagen descolorida al lado de Sofía.
Carlos me pareció muy amable y agradable al saludarme, no entiendo qué hacía con ella.
Montamos en el avión, justo al lado de ello. Entre tres azafatos, su marido y el mío subieron su equipaje de mano, mientras yo me las arreglaba sola con el mío y era empujada al lado de la ventanilla, allí escondida durante todo el vuelo sin poder siquiera echarle una mala mirada de reproche a Javier.
Dormí durante casi todo el viaje y no porque tuviese sueño sino por haberme tomado un par de tranquilizantes, para dejar de ver a mi marido babear por aquella zorra.
Llegamos al hotel a la hora de la cena, yo estaba sumida en una semiinconsciencia muy agradable y me preguntaba si también dormiríamos juntos los cuatro.
Me pareció oír que a Carlos le gustaba y practicaba la pesca en alta mar y que tenía todo listo para el día siguiente. Me animó a acompañarles, yo por supuesto decliné la invitación. ¡No me faltaba más!
Simulando una indisposición me retiré a la habitación sin ni siquiera mirar a Javier, que por primera vez fue consciente de mi enfado. Durmió en el sofá auxiliar.
Cuando me desperté ya no estaba y eso que era muy temprano, me puse las zapatillas un short y una camiseta de tirantes y bajé a la playa.
Al llegar al hall me tropecé con Carlos que al verme mostró una amplia y sincera sonrisa de bienvenida.
__¡ Al final te has animado!
__ No, voy a dar un paseo
__¡Ah! pues Javier y Sofía están en nuestra habitación, tenían una videoconferencia con el jefe y no han podido venir. Me voy sólo. Si no te animas..
__Pues muchas gracias pero no, me mareo en alta mar __logré decir, mientras intentaba controlarme para no gritar a aquel infeliz que era tonto o se lo hacía. Por suerte llegaron a buscarle y se libró.
No sabía qué hacer, salí corriendo hacia la playa, era inmensa y las aguas más cristalinas que había visto nunca, pero no era momento de apreciar bellezas, estaba furiosa, mira que tener que venir al Caribe para ver en directo como mi marido me pone los cuernos. ¡¡¡seré imbecil!!!
Corrí como nunca, y cuando ya no pude màs, me quité la ropa y me metí en el mar, ese calor, ese color, esa arena, me hicieron sentir mucho mejor y me permitieron pensar màs fríamente en mi situación.
Decidí aprovechar las vacaciones y disfrutarlas, ya habría tiempo para dramas a la vuelta. En mi cabeza comenzó a sonar la canción de Alaska...
"No quiero más dramas en mi vida..."
Canturreando volví al hotel. Subí a la habitación me puse el bikini, me lo quité, me puse una camiseta, busqué la tarjeta de crédito y bajé a la boutique del hotel.
Siempre me gustó "Prety woman", a quién no, y encima enfadada, ¡¡la tarjeta echaba humo!!
Sabía que cada vez que utilizaba la tarjeta le llegaba un mensaje al móvil así que le pedí a la dependienta que cobrase todo ¡¡por separado!!
Ya estaba lista para mis vacaciones. Elegí una mesa muy bien situada para observar el panorama, llamé al camarero y pedí un mojito.
Me acomodé en la cómoda hamaca y de mi preciosa nueva bolsa de playa saqué un nuevo libro que acababa de adquirir de Julia navarro y cuyo título me pareció muy apropiado para el momento actual. "Dispara yo ya estoy muerto".
Abrí una página al azar y una frase llamó mi atención como si estuviese escrita en rojo fuego, fue tan intensa la visión que la leí en alto.
_ "Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse es muriendo o matando".
Esa frase me impactó, yo me salvaría matando, no le iba a dar esa satisfacción y mi mirada quedó perdida en el horizonte, como si estuviese esperando una respuesta...
Fue entonces cuando le vi.
Era alto, moreno, tostado por el sol, con un bañador tipo boxer de color rosa. Llevaba gafas de sol y acababa de salir del agua, porque sus rizos aún goteaban. Escudada detrás de mis nuevas gafas de sol, recreé mi vista con aquel Adonis, descaradamente.
Estaba con un grupo de jóvenes, pero ninguno tan guapo como èl, todos sus gestos cuando hablaba, cuando se tocaba el pelo, cuando cogía un vaso, todos, eran un espectáculo para no perder detalle, incluso había veces que parecía que me miraba, que se estaba exhibiendo para mi, pero sólo era una sensación fugaz, que fue directamente descartada por inverosímil.
De pronto vi como se despedía del grupo con el que estaba, hasta otro día y se dirigía directamente hacia mi. Se plantó delante con mucha chulería, dejando el sol a su espalda mostrando una silueta impresionante. No estoy segura, pero creo que me quedé con la boca abierta, lo que es seguro es que no fui capaz de articular una sola palabra mientras le miraba embobada y sin reaccionar.
Se sentó a mi lado sin ser invitado, no necesitaba invitación, yo creo que este chico no lo necesitaba para ser bien recibido en cualquier sitio, yo no había visto nunca a nadie tan seguro de si mismo.
Se acercó más a mi, con la mano derecha levantó mis gafas y con una voz sensual y muy calmada me dijo:
_ Lo sabía, tienes los ojos como mi mar, no se te ocurra volver a mirarme con las gafas puestas.
Al oír aquello, una frase resonó de nuevo en mi cabeza "muriendo o matando", "muriendo o matando". Entonces lo vi claro matando.
Lejos de amilanarme, le quité sus gafas y con gran sorpresa vi los ojos claros màs bonitos que he visto nunca. De un color indeterminado, no eran verdes, ni azules, eso si, claros y transparentes como el agua. Solté las gafas en la mesa, y seguí mirando aquellos ojos.
Hablamos un rato sin tratar de entendernos, daba igual lo que salía de las bocas, era más importante lo que decían nuestros ojos.
Se levantó, me cogió de la mano y nos dirigimos a la playa. Caminamos abrazados durante un buen rato hasta llegar a unas rocas donde se escondía una pequeña cala, un lugar de película, la cala perfecta, la que todo el mundo dibujaríamos para describir el paraíso.
Se puso frente a mí, soltó el nudo de mi pareo, me quitó las gafas y la pamela dejándolo todo junto con sus gafas en un montoncito a un lado. Me cogió en brazos y nos metimos en el agua.
Yo no sé nadar muy bien y aunque hubiese sabido, no me hubiese soltado nunca. Cogió mi cara entre sus manos y me besó. ¡ qué beso! Un beso dulce con sabor a mar, nunca ni de lejos me habían besado así antes. Ni sabía que existiesen besos así. Le exigí más, pero èl paró y me llevó nadando.
Llegamos hasta unas rocas, que se cubrían de agua con cada ola, para después dejarla ir, en un movimiento sin fin. Me encaramó en una de ellas antes de subir él. Yo era una muñeca entre sus brazos, con una habilidad asombrosa me quitó el bikini y aún no sé en qué momento se quitó su bañador pero lo que pasó desde ese momento, no lo había soñado ni en el mejor de mis sueños.
Allí tumbada en aquella roca, con el sol caldeando mi piel, y el agua jugueteando con mi cuerpo en cada embestida me proporcionaba una sensación muy agradable.
Suavemente apartó el pelo de mi cara colocando los mechones cuidadosamente sin dejar de mirarme a los ojos.
Comenzó a besarme, primero los ojos, despuès la nariz, no dejó nada de mi rostro sin probar hasta llegar a mi boca, entonces fue cuando le probé yo a él, sus labios rozaban los míos mientras con sus manos suavemente acariciaba mi cara, nunca había recibido tanta ternura, nadie me había transmitido tanto con un solo gesto. Mis labios buscaban los suyos con deseo, ávidos de su sabor, casi con desesperación por volver a probarlo.
Con una sonrisa, al ver mi mohín por no conseguirlo, buscó mi cuello para seguir besándome, mientras de mi boca, se escapaban pequeños gemidos que le animaban a seguir, aunque no estoy segura de que necesitase que le animaran.
Cada beso era una descarga de deseo en mi cuerpo que le pedía más y más y él ya obedecía dándome todo lo que pedía, con su boca, con sus manos, buscando hábilmente como darme placer y en verdad era un experto.
Mi cuerpo se convulsionaba a su ritmo, y yo me dejaba llevar, no quería que parase, por primera vez en mucho tiempo me sentía viva.
Con su mano en el centro de mi deseo, sus dedos jugando y abriéndose paso entre mis humedades mientras, mis gemidos aumentaban y las olas del mar nos mojaban y marcaban el ritmo al acariciar la roca suavemente y acariciándonos sin pausa.
Su boca seguía recorriendo mi cuerpo con avaricia, ansioso por recoger toda mi esencia y sabía cómo hacer que mi deseo fluyera desde todo mi ser y explotase de placer una y otra vez sin tregua. Sus labios y sus dientes jugaban con el culpable de toda aquella explosión de desèo que sentía.
Mis gemidos se convertían en gritos para acabar en apagados jadeos cuando mi placer se licuaba y se iba con la siguiente ola.
Deseaba que penetrase en mí con toda su fuerza y estaba más que listo para ello.
Sentí como se deslizaba suavemente, tomando posesión como dueño y señor de la morada que con tanta dedicación había preparado para su llegada y estaba más que lista para recibirle.
Llegaba hasta el fondo y seguía entrando y saliendo con un ritmo frenético, hasta que con un gemido ahogado y dulces espasmos dejamos escapar al unísono toda la pasión desatada, cayendo laxo encima de mí, abrazándome mientras recuperábamos el aliento.
Sentí como una mano me rozaba la mejilla, fue entonces cuando desperté.
Mi apuesto amante seguía con sus amigos frente a mi. La mano pertenecía a Javier, que se veía muy enfadado, lo que me hizo volver a la realidad en un instante. Le aparté de mi vista con un empujón, me levanté con paso firme hasta mi Adonis, sujeté su cara con mis manos, le besé como él me había besado momentos antes y me respondió.
Le di las gracias ante su perplejidad y la de todos sus amigos y como si supiese de qué iba todo aquello, sonrió como solo él sabía hacerlo. Le quité las gafas y allí estaban aquellos ojos.
Todo podía ser posible.
Me marché sin mirar atrás. Me trasladé a otro hotel, mis vacaciones y mi nueva vida comenzaron en ese instante.