LAS LÁMPARAS MARAVILLOSAS...
Los preparativos de la boda, les había llevado muchos meses,
pero el esfuerzo había merecido la pena, todo salió perfecto la ceremonia, el
banquete y la fiesta posterior.
Cuando volvieron del maravilloso viaje, dedicaron los
primeros días a ver los regalos de los familiares ya que antes de viajar no les
había dado tiempo.
Los regalos los tenían en una habitación y cada uno en su
caja, con el nombre de la persona que les había agasajado. María cogió uno de
los paquetes más grandes era el de su tía Maruja, la hermana mayor de su madre a
la que le tenía un especial cariño, ya que era la que se había encargado de
cuidar a su madre, bastante más pequeña que ella, así que casi la consideraba
como si fuese su abuela.
Estaba muy emocionada mientras abría el regalo y entre los
papeles y antes de descubrirlo, apareció un sobre lleno de dinero. Lo abrieron
y María se emocionó ya que sabía lo que le había costado a su tía Maruja
ahorrar toda aquella cantidad de dinero para regalárselo a ellos.
Tenían que agradecérselo de una manera especial, la invitarían a pasar algún día con ellos, ya que aún no había vuelto al pueblo.
Tenían que agradecérselo de una manera especial, la invitarían a pasar algún día con ellos, ya que aún no había vuelto al pueblo.
Siguieron abriendo el paquete y lo que apareció allí es muy
difícil de explicar. Dos lamparitas de mesilla, lo dedujeron por los enchufes
que colgaban de ellas, hasta ahí todo normal. Tratar de explicar algo más, es
casi imposible, no tenían una forma definida, eran de mil colores y al
sacarlas, lo que parecían tulipas normales, dejaron de serlo al descubrirlas
enteras. Eran horribles.
Intentaron por todos los medios encontrar palabras para
definirlas, pero fue imposible. Carlos no decía nada, por no ofender a María,
pero fue ella la primera que lo dijo:
- Yo
quiero mucho a mi tía Maruja, pero… esto no hay donde ponerlo, ¿ Dónde habrá
comprado esto? ¡Dí algo! ¿No?.
- Yo…
era por no ofender, pero de verdad cariño, que son horribles.
- Bueno,
nada, se guardan y listo, mañana mismo vamos a comprar unas, que vayan bien con
la habitación.
Terminaron de ver el resto de los regalos, y llamaron a su tía
para que fuese a comer con ellos el día que ella quisiese.
Compraron unas lamparitas monísimas muy acordes con la
habitación y que se integraban perfectamente en la decoración.
Una mañana llamó Maruja, que ese mismo mediodía iba a
pasarse por su casa, pero que no se quedarían a comer allí sino que irían a un
restaurante cercano.
Tuvieron toda la mañana para recoger y limpiar la casa,
recordaron las lámparas que aún estaban en el embalaje y fue Carlos el
encargado de colocarlas en las mesillas cambiándolas por las suyas.
Desentonaban estrepitosamente en la habitación, siendo lo único que se veía al entrar ya que
lograban que se centrase la atención sobre ellas, por lo exagerado de su
fealdad. Echó un último vistazo y cerró la puerta de la habitación. Ya estaba
todo listo. Maruja ya podía ir a verles.
Llegó la buena mujer, muy emocionada por poder ver la casa
de su niña, que era así como llamaba a María y esta, muy orgullosa, le enseñó
todos los rincones mostrándole cada detalle, mientras la llevaba del brazo. El dormitorio lo dejó para el final.
Llegaron hasta la puerta y con mucha solemnidad la invitó a
pasar para que viese sus lamparitas. Maruja se emocionó al verlas, a ella le
encantaban, se acercó para colocar
una de ellas bien, ya que estaba del revés. María le miró a Carlos con una mirada
fulminante y este se encogió de hombros. En un alarde de espontaneidad, y como estaba al lado
del interruptor, le dijo a su tía.
- Mire
tía, y encendidas son más bonitas aún.
Encendió el interruptor. Las miradas se cruzaron, el
ambiente en la habitación se crispó hasta límites insospechados, la tensión se podía cortar con cuchillo y nadie decía
nada, nadie se atrevía a decir nada, solo se miraban. Carlos y María querían desaparecer, que la
tierra se los tragase.
La luz se había encendido debajo de la cama.