El
ascensor se paró y cuando las puertas comenzaron a cerrarse, una mano se
introdujo entre las dos hojas, que retrocedieron rápidamente, y con una grácil pirueta
un joven se plantó en mitad, con un fuerte impulso que hizo que mi cabeza
chocase con la pared posterior del elevador, comenzando una caída grotesca e
irremediable hacia el suelo.
Todo
sucedió a cámara lenta, y lo que fueron unos segundos, se convirtieron en
muchos minutos.
No
sé qué cara puse pero si vi la de él. Era una mezcla entre sorpresa, susto,
dolor e incluso pena, al verme caer de aquella forma tan aparatosa.
El
ascensor seguía elevándose mientras yo intentaba aferrarme a algo para
levantarme dando manotazos al aire sin conseguirlo.
Él
lanzó sus manos para intentar sujetarme y lo único que consiguió fue agarrar mi
precioso vestido de lino abotonado de arriba a abajo, que se rasgó dejando al
descubierto toda mi ropa interior: Un coqueto conjunto de color turquesa.
Al
ver lo que estaba pasando, mis ojos se abrieron saliéndose de las órbitas,
dejando de dar manotazos y sujetando lo poco que podía salvar de mi vestido y
de mi dignidad.
Por
fin caí al suelo quedando sentada y mirando a mi agresor que pasaba su mirada
desde mi cara a su mano, donde tenía mi vestido destrozado, y tan sorprendido
como yo.
Era
una situación surrealista y absurda. De pronto su mirada se quedó fija sobre mí.
Miré hacia donde enfocaba sus ojos y vi que uno de mis pechos se había salido
del sostén y se exhibía orgulloso, como si estuviese asomado a un balcón, con
su rosada guinda señalando con descaro, oteando el horizonte y muy orgulloso de
su hazaña.
Sus
ojos se abrieron desmesuradamente y todo el susto se fue transformando en
vergüenza y azoramiento.
El
pobre no había articulado palabra, ni yo tampoco, solo leves gruñidos y ruidos
sin significado coherente pero que no necesitaban traducción.
Ahí
estaba yo, sentada en el suelo, solo con mi ropa interior, un pecho al aire y
mi cara a la altura del paquete de mi agresor, que parecía que tuviese vida
propia, puesto que cada vez se hacía más y más grande, llegando a tocar mi
frente.
Intenté
levantarme, para lo cual me aferré a sus nalgas, y cuando intenté levantarme,
el ascensor se paró en algún piso, ya ni recordaba donde estábamos.
Con
la inercia, quedé de rodillas frente al muchacho que intentaba sujetarme por
los brazos para levantarme y que
al caer de nuevo, se soltaron sus manos quedando sobre mi cabeza.
El
ascensor paró, estábamos en el piso diecisiete, la redacción del periódico.
Una
redacción abierta donde desde cualquier escritorio se podía ver la puerta del
ascensor.
Las
puertas se abrieron. Primero dos cabezas, después cuatro y en menos de un
minuto toda la redacción estaba en silencio mirando hacia nosotros dos. La
escena era indescriptible.
Él
de espaldas a la gente, con mis manos en su culo y las suyas en mi cabeza, el
vestido, el bolso y el portátil en el suelo, al apartarse la cosa no mejoró, yo
en ropa interior, con un pecho fuera y de rodillas frente a un abultado
paquete, que ya casi pedía socorro intentando salir de su prisión.
Yo
quería morirme, desaparecer en ese mismo instante, ser tragada por la tierra o
que el ascensor cayese en caída libre hasta el sótano, para que fuese una
muerte rápida, y morir habiendo sido una leyenda, porque aquello se convertiría
en todo un acontecimiento con un final
muy digno.
No
sucedió nada de lo que yo deseaba y seguro que mi acompañante pensaba algo
parecido.
Como
pude me puse en pie, metí mi explorador pecho en el precioso y pequeño cubículo,
de dónde no debería haber salido, mi agresor recogió mi vestido del suelo y con
muy poco arte intentó taparme con él, no consiguió hacer nada, así que se lo
quité de las manos y me lo puse de pañuelo por el cuello, echándolo hacia atrás
como sí se tratase de una estola. Su cara de sorpresa y una mirada cómplice
hicieron el resto.
Se
agachó a recoger mi portátil y mi bolso, que se colgó de su hombro y me ofreció
su brazo para salir de allí enhebrados, como si fuésemos a entrar en una
recepción en palacio, y de esta guisa recorrimos toda la redacción tan
dignamente como pudimos, pasando ante los estupefactos ojos de los que allí se
encontraban.
Llegamos
hasta el despacho del director, delante de cuya puerta nos paramos, para leer lo que ponía en la inscripción.
Esther Medina
Directora
Así
fue mi primer día en mi nuevo trabajo como directora en el periódico y como conocí al que más adelante sería
mi novio y consejero.