Esta soy yo, son mis pensamientos, mis ilusiones, mis sueños en definitiva, os presento mi mundo, que espero que os guste y seáis muy felices en mi pequeño rincón de la fantasía y la magia...

viernes, 8 de marzo de 2013

EGUZKILORE

“EGUZKILORE”

Hacía muchos años que querían volver a su tierra, a ver los hermosos y verdes bosques del norte donde fueron tan felices.
Era muy pequeño cuando su padre por motivos de trabajo tuvo que trasladarse a Sevilla, con la promesa de que algún día volverían a su tierra, pero no fue así.
Hugo, no se acababa de acostumbrar, solo pensaba y recordaba los largos veranos en la casa de sus abuelos donde él y  su hermano Fernando  ayudaban en las huertas, recogían las manzanas para la sidra y las uvas para el txakoli. Cuidaban del ganado, un pequeño rebaño de ovejas latxa, que se encargaban de ordeñar y cuidar, para, con aquella leche, hacer los quesos para el uso familiar. Jamás ha vuelto a probar un queso con aquel sabor tan peculiar.
Cuando la noche caía, se sentaban al amor del fuego  con los abuelos y les contaban maravillosas historias  de duendes, demonios, hadas, y demás habitantes de los frondosos bosques, que ellos escuchaban boquiabiertos llegando a creer que eran historias verdaderas, por el énfasis que el abuelo ponía al contarlas.
Los años fueron pasando y lo que iba a ser una corta estancia, se convirtió en su nuevo hogar. Allí pasaron el final de su infancia, su adolescencia, cursaron sus estudios, conocieron a sus respectivas esposas, en definitiva, allí, en Sevilla formaron sus familias los dos hermanos.
Hugo tenía dos hijos, Rubén y Adrián, que tenían quince y doce años respectivamente, y su hermano Fernando un niño de trece, Héctor, y una hermosa niña de ocho años, Katalin que era igual a su abuela paterna, a la que no llegó a conocer, llevaba su mismo nombre, tenía sus mismos ojos azules tan tranparentes como el cielo y un cabello oscuro y abundante que siempre ataba en una coleta en lo alto de su cabeza. Era la niña mimada por todos, por ser la única niña y la más pequeña. Los cuatro primos se llevaban muy bien, en conjunto, era una familia que vivía en armonía  y se divertían mucho todos juntos.
Este año y después de mucho pelear, consiguieron convencer a sus esposas para pasar  las vacaciones en una casa rural cerca del caserío de sus abuelos. Estaban entusiasmados, se pasaban el día recordando como lo pasaban y contándoles a sus hijos por enésima vez, como era el bosque que atravesaba el río donde vivían las lamias.
Cualquiera que les oyese por primera vez, caía en la trampa de preguntar por esos extraños seres que habitaban aquellos bosques, a lo que Hugo lleno de orgullo contestaba con una historia de cómo él vio una lamia de verdad, en mitad del río, la mujer más hermosa que había visto nunca, que peinaba sus hermosos cabellos largos y rubios con un peine de oro y que una vez en el agua, nadaba y saltaba haciendo piruetas como los delfines.
Su hermano Fernando tres años más pequeño que él, se reía y le desmentía, diciéndole que se lo estaba inventando todo, a lo cual y muy serio Hugo respondía que él la vio y no solo una vez, sino, muchas veces e incluso había nadado con ella en el río y había podido ver sus pies. Entonces se ponía misterioso y contaba que sus pies no eran normales, sino que eran pies de pato.
Cuando llegaba a ese momento la carcajada era general, y Hugo casi enfadado, cambiaba de tema.
El gran día llegaba y ya estaba todo preparado, irían en avión y una vez allí alquilarían dos coches para llegar hasta  la casa rural.
Habían buscado por Internet y las fotos eran realmente espectaculares una casita preciosa, con todas las comodidades y en plena naturaleza, muy cerca del caserío de sus abuelos que estaba en el mismo valle, casi podrían verlo desde sus ventanas. Era perfecto y por fin, pasarían de nuevo un verano como los de su infancia. Podrían enseñarle a su familia su tierra, ese sería un estupendo verano para todos.
Llegaron a mediodía, y fueron directamente a la casa que sería su hogar, pero por el camino, divisaron el caserío de los abuelos y pararon para enseñárselo a sus familias, se bajaron de los coches y se dirigieron hasta la puerta.
Una extraña sensación se apoderó de los dos hermanos, entre excitación, miedo, tristeza, alegría. No sabían explicarlo, ni lo intentaron, pero estar allí frente a la puerta del que fue su hogar hace tantos años, les revolvió por dentro, revivieron de golpe todas aquellas sensaciones, los olores, colores, sonidos ya olvidados, de aquellos lejanos  tiempos.
 Los dos hermanos se abrazaron y mirando fijamente una extraña flor que había en la puerta, un escalofrío les recorrió la espalda, cada uno sintió el escalofrío del otro, lo habían olvidado, no se habían acordado de la flor, inconscientemente, no habían vuelto a recordar aquello, sus mentes lo habían arrinconado en el lugar donde se guardan las cosas que no se deben recordar.
El resto de la familia, no se había dado cuenta de aquello, y observaban atónitos el espectacular paisaje que se veía desde allí. Solo la  pequeña Katalin reparó en la extraña flor que presidía el dintel de la puerta y preguntó por ella.
En ese mismo momento la puerta se abrió y una señora de unos sesenta años apareció por ella con cara de asombro al ver aquella cuadrilla frente a su casa.
Intentó reconocer a alguien, pero no lo consiguió, entonces Hugo se adelantó y le explicó el por qué de aquella inesperada visita.
La mujer les invitó a entrar a lo que rehusaron diciendo que debían seguir caminando, hacia su alojamiento, pero con la promesa de que volverían en unos días. Cuando ya se marchaban. Katalin se dio la vuelta y le preguntó por la flor a la amable señora, la cual respondió que era una “eguzkilore” la flor que protegía la casa de los espíritus malignos que habitaban el bosque, y al ver el gran interrogante en la cara de la niña, siguió la explicación: duendes, hadas, lamias … y al oír ese nombre, todos miraron a Hugo, que disimulando el mal cuerpo que se le había puesto a ver aquella flor, con un gesto, les invitó a subir a los coches.
─Ya os lo había dicho… Subid.
Llegaron a la casa rural, y los dos hermanos no veían el momento de encontrarse a solas para hablar, de lo que había sucedido unas horas antes, y por fin, cuando lo consiguieron, estaban sentados en la puerta de la casa al fresco de la noche.
Ninguno de los dos sabía como comenzar a hablar. Algo les reconcomía, los dos habían tenido una sensación desagradable viendo la flor y se acentuó solo con pensar en entrar a la casa, e incluso la señora tan amable, les daba malas vibraciones, pero no sabían por qué, tenían que averiguarlo.
Al día siguiente, se fueron los dos al bosque, con una animada charla recorrieron el camino directamente hasta el río, como si fuese antaño, sin titubear siquiera cual de los caminos deberían seguir, y allí se encontraron, en mitad del bosque, al lado del río, frente a la roca donde Hugo había visto a su lamia.
Allí se sentaron, mirando fijamente, intentando recordar algo, que realmente no sabían si podrían recordar. Minutos más tarde, sintieron un frío recorrer su espalda, pero en vez de sentirse asustados, fue una sensación agradable, muy agradable, los dos hermanos se miraron y justo frente a ellos, una luz cálida revoloteó. Los dos no salían de su asombro y se miraban tratando de entender. Fue Hugo quien primero habló.
─Hola, abuelo.
La luz respingó, se sentía feliz, de que le hubiese reconocido, y ya no hablaron más, porque ellos dos oían, en su cabeza a su abuelo, que tenía algo muy importante que contarles, tenía que protegerlos a ellos dos y a sus familias. Al preguntar Fernando por la causa, de pronto se vieron en su caserío, en el pasado, al lado de la chimenea, ellos eran dos niños aún y el abuelo contaba historias…
Hugo, no debes ir al bosque a ver a esa hermosa mujer, es una lamia, sé que es difícil de entender, que es muy hermosa, que te diviertes mucho con ella, pero es un ser maligno, y querrá ser la  dueña de tu alma, tienes que alejarte de ella; si se encapricha de ti, te arruinara la vida y te puede hacer mucho daño, ayudada por las demás criaturas de la noche.
Aquí en casa estas a salvo, por las noches, que es cuando esos seres nos pueden atacar, tenemos la flor que nos protege en la puerta, no se acercarán, esos seres temen al sol y esa flor les recuerda a él. Pero de día si te adentras en el bosque, es su territorio y allí no estaréis a salvo de ellos.
Cuando terminó de contar la historia y los dos prometieron no ir más hasta allí, se fueron a la cama. Aquella noche tuvieron sueños muy extraños, y a media noche, se levantaron sin saber porqué y salieron hacia el bosque, extraños ruidos se sentían a su paso por el camino, se oían voces, susurros y risas acalladas entre los arbustos, pero ellos, comos dos almas poseídas seguían su camino hasta el corazón del bosque.
Llegaron por fin y no se dieron cuenta pero detrás de ellos todo un séquito de extrañas criaturas les estaba siguiendo, primero escondidos y después justo detrás, como si se tratase de una manifestación, siguiendo a sus líderes, aunque en este caso eran sus víctimas.
La hermosa lamia estaba sentada en su roca, peinándose y cantando una hermosa canción que era lo que les había llevado hasta allí. Ellos estaban en trance, sin voluntad, dos chiquillos a merced de aquellas diabólicas criaturas.
De pronto, y armando un gran escándalo aparecieron los abuelos, con la flor de la puerta en una mano, y  con una especie de carraca  en la otra, gritando todo lo que podían para hacer el mayor ruido posible, con ellos venían unos vecinos, con los mismos artilugios, con lo que consiguieron que aquellas criaturas malignas se asustasen y se escondiesen en el fondo del bosque, en sus madrigueras. Cogieron a los niños y los llevaron a casa.
El verano había terminado para ellos, al día siguiente sus padres fueron a buscarlos, y sin mediar media palabra se los llevaron de allí entre lloros y lamentos, porque no recordaban nada de lo que había pasado la noche anterior y no comprendían el por qué de aquél súbito cambio en los planes del verano.
Cuando ya se habían marchado un gran cuervo, se acercó hasta la casa y con su enorme y poderoso pico arranco la “eguzkilore” del dintel de la puerta y se la llevó, sin más.
Al llegar la noche, los dos abuelos solos sentados ante la lumbre, se lamentaban de lo sucedido, eran conscientes de que sus queridos nietos no podrían volver allí jamás, donde habían sido tan felices, hasta que  la lamia se encaprichó de ellos, y no lo podían permitir, sería su muerte.
Llamaron a la puerta, fueron a abrir y ante ellos, se encontraba la hermosa mujer con los pies de pato, que con sus hermosos ojos, buscaba a sus presas, seguida por su séquito de criaturas de la noche. Al verla en la puerta, los dos miraron hacia donde debería estar su protección contra aquellos engendros. No estaba, había desaparecido.
Se abalanzaron sobre ellos, apartándolos de la puerta, pasaron por encima de ellos, buscando a los dos niños, subieron a las habitaciones, los establos, las cuadras… No los encontraban; la hermosa mujer, estaba cada vez mas furiosa, sus ojos emitían fuego cada vez que miraba a los abuelos que abrazados el uno al otro se acurrucaban en una de las esquinas de la cocina, con la lamia frente a ellos, interrogándolos, sobre el paradero de sus nietos, La extraña criatura no se resignaba a que se hubiesen burlado de ella por segunda vez, deseaba aquellas presas y las conseguiría pasase lo que pasase.
El ambiente estaba caldeándose por momentos y al ver que no estaban, que no se hallaban escondidos en aquel lugar, su furia aumentó, sus manos estaban crispadas y con un gesto  rápido e imperceptible, cogió dos hermosos peines de oro  con los que peinaba su hermosa melena, y los clavó en los ojos de los ancianos incrustándoselos en la cara, y con otro gesto más rápido aún salió de la casa, dejándolos a merced del resto de abominables criaturas , que los torturaron durante toda la noche.
Al salir el sol desaparecieron, y cuando los vecinos los encontraron, solo hallaron los dos cuerpos de los ancianos destrozados.
Hugo y Fernando  lloraban y llamaban a sus abuelos, la luz revoloteaba entre ellos, intentando calmarlos, intentando que saliesen del trance en el que estaban para poder explicarles lo que pasó realmente y que ellos desconocían.
Despertaron, y entonces comprendieron muchas cosas que no entendían, el por qué de la salida repentina del caserío, primero y el cambio de ciudad después, para nunca volver. No supieron que los abuelos habían muerto hasta mucho tiempo después, para que no relacionasen nada y siempre prevaleció la negativa rotunda de los padres a volver a visitar las tierras donde nacieron.
Pero el abuelo se encargaría de protegerlos, y así lo hizo.
Regresaron a la casa, reunieron a toda la familia, les contaron toda la historia, recogieron todo y se disponían a montarse en los coches, cuando una luz se posó en Katalin, esta asintió y se dirigió hacia un lado de la casa, se agachó y al volver llevaba una “eguzkilore” en  la mano y una enorme sonrisa en su cara; al montar en el coche, miró hacia atrás.
─Gracias, abuela.

ISABEL LEBAIS








8 comentarios:

  1. Una fábula, un cuento, una leyenda, un mito? Está muy bien narrado. Gracias por compartir.

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  2. Ah, se me olvidaba. Me ha gustado.
    Un abrazo.

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    1. Me alegro que te haya gustado, es un cuentito que tenía guardado. Un abrazo.

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  3. Precioso final Isabelle, me ha gustado mucho tu relato. Enhorabuena.
    María Jesús

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    1. Muchas gracias María Jesús por pasa por aquí y comentar.

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  4. ¡Fantástico como nos haces llegar parte de cada personaje y como nos sentimos parte integrantes de la historia! ¡felicidades, hermosilla!!

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    1. Muchas gracias hermosillo se agradece, se trata de entretener.

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vuestras opiniones me importan y mucho...graciassss